Estamos muy acostumbrados a oír de líderes y de sus características. Se sabe que van delante, que saben motivar, que no desmayan ante las crisis, que saben promover a los demás, que son empáticos y que saben avanzar descubriendo lo mejor del panorama aunque todo parezca sombrío.
Pero hoy además se habla del ideal ético del liderazgo.
Un buen líder sabe que eso de la ética implica descubrir rutas y principios que lleven a ser mejores y más felices a todos. Percibe que su ruta será más fácil contando con colaboradores motivados y estimulados, no asustados o reprimidos.
Este tipo de líder sabe que la persona es siempre valiosa, que es fin y nunca medio y que ello lo tendrá como un axioma esencial aunque nunca haya leído a Kant.
Igualmente considerará esencial la regla de oro del evangelio: trata a los demás como desees ser tratado. O bien, ama a tu prójimo como a ti mismo.
Y por supuesto sabe que no está para poner muros y que lo esencial es comunicarse bien, hacerse entender y respetar con afecto y amabilidad, sin olvidar que procurará que los demás crezcan y muestren todo su potencial. Solo los malos jefes sienten celos de la excelencia de sus empleados.
Finalmente, está lo que marca la diferencia. El líder ético busca ser intachable y hace opción por algunos valores esenciales. No se trata de ser impecable pero sí de mostrarse transparente, de una cara y con la camisa puesta de frente a la meta y a la visión de la empresa o institución con que labora.
Ahora, este liderazgo no es sólo de superior a inferior en la jerarquía de la empresa. Puede ser entre iguales. Ser líder de cara a amigos y compañeros es ayudarles, animarles y favorecer que crezcan. Es absurdo ser obstáculo o un celoso que no teme incluso poner frenos egoístas al amigo excelente que se abre campo desde su propio esfuerzo y capacidad y formación.
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