Pues eso de la misericordia es una realidad que vale la pena considerar.
Se trata de aprender a sentir con, se trata de ponerse en el lugar del otro, se trata de dar nuevas oportunidades, se trata de abrir puertas y no cerrarlas, se trata de apagar hoguera y no encenderlas.
Eso va implicado en esa breve y compleja palabra... misericordia.
No es alcahuetear
No es negar la condición negativa de algunas conductas
No se trata de aplaudir lo mal hecho
No se trata de cerrar los ojos ante lo que no debe ser
Se trata más bien de descubrir que el ser humano tiene una tendencia en su corazón a no ser como debe. Que con frecuencia hace lo que no quiere y que no puede ser perfecto un ser que, de por sí, no lo es.
Dado eso, se puede reprobar lo que objetivamente está mal si es un hecho cierto y comprobado. Pero además, el juicio debe resultar prudente -si fuera necesario emitirlo- y la posibilidad de abrir puertas, rehabilitar y comprender debe ser una realidad.
Hoy en la red se juzga fácil. Es el paraíso de los procesos sumarios y las penas de muerte virtuales. Es, además, el contexto más fácil y barato para matar famas, aniquilar honras y destruir vidas en el sentido literal de la expresión.
Puede que ser misericordiosos nos haga más humanos y prudentes, menos lanzados e irresponsables y así podamos crear una sociedad más dada a abrir la puerta como hizo Jesús con la Magdalena.
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